lunes, 14 de mayo de 2012

43

Descubrimos que éramos precisos,
combustible inagotable de la vida en los suburbios,
madelmanes  de acero incandescente
que sirven de émbolo y motor al mundo.
Y éramos también preciosos
para estar tan lejos, para ropa de segunda mano,
para barrios donde amor y suerte eran máquinas
a punto de engrasar los bajos fondos.
Construimos los castillos en el aire,
retazos de hojalata, sillas rotas,
ladrillo visto y humedades negras,
bienvenidos a mi casa de muñecas
al otro lado de una urbanización
con un vertedero de fondo.
Reverberamos en la noche más negra
al caer en los huesos del otro,
al pegarnos contra la piel del otro,
al mezclarnos con los sesos y la sangre
de otros cuerpos despoblados de futuro.
Mientras tanto, se nutría el mundo
de nuestro trampantojo incabalgable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario