miércoles, 9 de mayo de 2012

39

Luego, la duda.
La duda como señora de ojos gastados en los ojos de los gatos,
la señora como la vieja vendedora de fósforos en noviembre
que se muerde las cutículas al recuerdo del señor barbudo.
Entonces, el miedo.
El miedo, peluche con forma de rinoceronte de férreo cuerno,
murete desolado llovido por cristales rotos y palomas muertas,
miedo que se concentra en un punto entre el corazón y el diafragma,
perla de mal, jinete negro, canica sucia de sangre y barro.
Y te has ido, y yo tan solo, y ahora qué,
qué después de la soledad, de despertar del coma,
qué después de enterarme. O no te has ido.
Nunca estuviste, siempre tan solo, no hay después.
Después, no hay después.

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