domingo, 6 de mayo de 2012

36

Cada amanecer nos descubrían furtivos, tan desnudos de ropa, tan pequeños
entre los anaqueles y los mármoles de construcción noble del cuartel.
Procedíamos entonces a fundirnos en una sombra que pudiera pasar,
quieta y húmeda, desapercibida en las esquinas de la escalera delantera.
Todas las noches acudíamos ansiosos, hambrientos, a nuestra cita pecaminosa,
nos arrojábamos en manos negras y en cuerpos de sombra y oscuridad
en busca de un calor del que sólo dota una caldera menuda y natural.
Callaban las vecinas, esposas sumisas, carne entregada a la burla,
callaban los guardias, mosquetines y tricornios que no han rozado el Cielo,
gritaban las paredes del viejo cuartel aterido, horrorizado, avergonzado
del verdadero motivo de noches en escaleras diferentes con cuerpos que
-así queríamos creerlo- eran el mismo, tú y yo y nuestras sombras.

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