sábado, 4 de enero de 2014

2.10

Está usted aquí.
Al final de la ciudad sin gestos,
la ciudad sin insectos ni horizontes ni desmanes,
en la ciudad-cuerpo.
Has contado ciento ochenta cuerpos
y desmembrado otros cuarenta y dos.
Has pretendido encontrar una razón en cada hoja de los árboles,
una excusa en cada grieta de esta acera histórica.
Está usted aquí.
A la distancia exacta entre la cabeza y los huevos,
punto cero de la boca del estómago,
certeza de labios nocturnos, perfume de azahar aterido.
Has afrontado la espera como un juego de espejos,
otra ausencia de sombras. Has recordado
la primera canción que bailasteis juntos en la cocina antes de que saltaran las tostadas,
el primer desencuentro en un bucle tecnológico,
has releído la primera carta de amor en vano.
En vano, has releído la primera carta de amor.
La primera carta de amor en vano no te dice nada en esta espera.
Está usted aquí.
La espera es un invento detestable del maligno.
La tensión en las horas, la atmósfera inestable del derribo infalible.
El cóndor sobrevuela el doble de la distancia entre dos cuerpos
-aún nadie ha sabido calcular la distancia entre dos cuerpos-
el magma de la lógica entre el olvido y el anhelo.
Dos caras, dos cruces de una misma moneda.
Usted está aquí.

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