lunes, 19 de mayo de 2014

2.28

Te arrancaré el corazón para verlo latir entre las manos.
Me cubriré con tus tripas calientes, hedientas.
Ungiré la piel de mis omóplatos, de mis rodillas
con tu sangre.
Esculpiré en tu calavera un cenicero
y posaré tus dedos, uno a uno.
Para que ya no nos duela,
para que ya no nos dure
el peso del cerebro
a cada paso,
de las venas en las piernas y los brazos
que nos convierten en un sumidero.
A ciencia cierta tus manos,
único cáliz del mundo,
silencio de mis entrañas.
Pero serán tus ojos, sí, tus ojos
el prisma o el caramelo
donde observarme,
porque nada ha sabido plasmar la luz
como tu retina a mi grito mudo.

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